El síndrome Forrest Gump

No se ha creado aún un aparato capaz de detectar niveles de presión insoportable por motivos de cuarentena o de acumulación incontrolable de energía que precise ser descargada con urgencia, saliendo a correr. Es así que resulta difícil magnificar escalas de «desahogo» experimentadas principalmente por habitantes de la Capital Federal en este espacio de coronavirus creciente en esta región de la Argentina.

El blandir de cacerolas de acero inoxidable con formato de protesta por reclamos de «libertad de movimientos» y en defensa (?) de la cerealera Vicentín no les resultan suficientes ni por aproximación para descargar tanta vida contenida: Necesitan salir a correr por los bosques de Palermo.

Al no existir un punto de apoyo para entender tamaña necesidad y urgencia, queda observar cómo corren en búsqueda, tal vez, de un eslabón perdido.

Se puede pensar que los rostros desafiantes a cámaras de TV no creen en la seriedad de la situación y más, también que son expresión de esa franja refractaria de lo nacional y popular desde siempre. Se puede pensar y están quienes lo aseveran sin titubear.

Suele decirse que los «porteños» (de CABA, así como ciudadanos de grandes capitales provinciales) son difíciles, especiales, diferentes a la mayoría de la población. Hay múltiples razones que dan crédito a este pensamiento.

Hay un conocido dicho en el exterior: Compra a un argentino por lo que vale y véndelo por lo que cree que vale. Clarito. Pero sucede que esta es una referencia que amerita aclaración: Buena parte de los argentinos que andan por el mundo bien se ganaron esa tipificación al paso de los años. El argentino común tendrá sus vueltas, vicios y entripados, pero no integra ese clan.

Forrest

Habita una semilla de odio en el estómago de muchos runners (por qué en inglés, al margen), un odio con origen en el ADN familiar. Con un poco de esmero hasta se puede entender que un clase media alta crea, sienta, que es dueño de la empresa en la que trabaja, por ejemplo. Son capas y capas de pintura. Ni qué hablar de los adinerados de siempre, pero estos son una historia más compleja.

Una cosa es querer burlar las leyes o el orden establecido, muy común en el argentino común (la picardía criolla, que no está buena, pero es) y otra es quienes corren o baten cacerolas desde otro prisma. O quienes operan desde el poder, desde los medios periodísticos y en la justicia.

Esta pandemia global dejó al desnudo virtudes y miserias de todos los colores. En Argentina, las virtudes quedaron expuestas desde todo el arco político responsable, desde todos los servidores públicos dedicados y desde el mundo de la solidaridad esperada.

¿Las miserias? También desde los mismos sectores de siempre, los conocidos, los incorregibles, los que están parados a la derecha (y no del Padre, los católicos entenderán).

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